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Mañana entretenida por el oeste de Kyoto, paseando bajo la lluvia y visitando los últimos templos antes de un regreso que seguro no demorará mucho. Se cierra la persiana de la vieja capital y se abre la de la cuarta isla por extensión del país nipón, rumbo a Shikoku a partir de mañana. Salí del apartamento con un paraguas que me ha prestado la vecina, nueva muestra de hospitalidad para con el extranjero. Y podría contar tantas otras circunstancias semejantes en apenas unos días. Lo de esta gente es abrumador, educación y amabilidad son conceptos que se quedan cortos. Como todos los viajeros asiduos por Asia, sabía que noviembre (aparte de la floración de cerezos en abril) era el mes de Kyoto con mayúsculas, que pocas cosas en este continente podían compararse con el resplendor otoñal de estos templos y jardines, y después de verlo con mis propios ojos ya solo me queda descontar los segundos antes de volver a esta ciudad con, no lo dudéis, alma de pueblo. Me ha sobrado un poco de tiempo al final y he dudado si regresar o no a Kinkaku-ji, el famoso pabellón dorado, pero al final he preferido dejarlo como estaba, con el recuerdo de mi madre abanicándose con el precioso pabellón de fondo en aquel junio de 2010 que, por momentos, parecía de hacía un rato. Tuve la inmensa fortuna de recorrer estos templos y país con ella y sé que, de algún modo, ha disfrutado tanto de este regreso a Kyoto como lo he hecho yo. Lo dije entonces y lo repito ahora: hasta dos mil templos se suman en esta ciudad, infinitos nuevos regresos en esencia, pero sigo convencido de que Byodo-in es el más impresionante de todos. No he querido volver a visitarlo por no sé muy bien qué motivo. Tentado he estado, aunque finalmente he preferido dejarlo para la próxima en la certeza absoluta de que no van a pasar muchas lunas antes de que eso suceda. En todo caso, eso seguro, basta con invertir un par de días en este entorno, entre estas gentes, para que uno tenga un santuario favorito acompañando esos imborrables recuerdos que hacen de este pueblo uno de los más cálidos y hospitalarios de todo el orbe. El único "pero", por supuesto, es que hay tanto para ver que no queda tiempo para escribir... pese a que más de uno se alegre de ello, jejeje. Como último apunte destacar que llevo material para hacer un vídeo exclusivo de templos de Kyoto. Antes de venir me preguntaba cómo podía haber sacado tres vídeos del viaje de tres semanas a Japón en 2010, cómo sería esta vez... Ahora sé que el país da para eso y más. Así pues, un vídeo monográfico de templos de Kyoto es seguro, y otro muy probable saldrá en la ruta por Shikoku desde mañana hasta el día trece. Trabajo que se me acumula para los meses de enero, febrero y buena parte de marzo, justo hasta salir a Nepal para cumplir la promesa del arroz de "Trémula Pagoda, Corazón Esmeralda".

Daikaku-ji: Templo con reminiscencias de recinto imperial, sumado a una pagoda, un lago repleto de patos y, como todos los visitados a primera hora y sin multitudes, un ambiente tremendamente atmosférico.

Seiryo-ji: Imponente templo que me pillaba de camino a Hokyo-in. Se celebraba una ceremonia religiosa con lo que estaba repleto de gente y con algunas zonas restringidas. La puerta de entrada es impresionante.

Hokyo-in: Ponía en un folleto que me han dado en Daikaku-ji que era uno de los mejores jardines para visitar en noviembre, y con más dudas que otra cosa me he metido. Brutal de bonito. Se accede por una puerta de madera bien cutre, como quien accede a un trastero, y la primera visión es de cuento de hadas con todos los arces repletos de hojas en un caleidoscopio mágico que se cierra sobre una camino de losetas. Es puro cuento de hadas. Como templo no tiene nada, y de hecho parece bastante abandonado, pero es precisamente ese carácter nostálgico de añorar mejores tiempos pasados el que se desprende en un arcoíris sin igual tiñendo todo de mil colores. Lo mejor del día junto con Gio-ji. 

Nison-in: Es otro templo clásico para el turismo japonés por los colores de sus arces y un inmenso cementerio-columbario en el que reposan los restos de miembros destacados de la aristocracia. Siendo hermoso y regalando estampas soberbias, especialmente en su calzada de acceso, creo que difícilmente lo incluiría entre los cuatro o cinco imprescindibles de la ciudad.

Gio-ji: Otro lugar sacado de un decorado de fantasía. La palabra musgo adquiere infinitas connotaciones cuando uno pasea por aquí. Es de un verdor que hipnotiza y, por si fuera poco, el contraste infinito que arranca de las casi fosforescentes hojas marchitas de arce lo hace casi sublime. Es diminuto como Hokyo-in, apenas un paseo de un par de centenas de metros, pero condensa pura magia al igual que aquél. Es otro estilo distinto que casa perfectamente para cerrar, por esta temporada, el apartado de Kyoto.

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